La calle.
Por mucho que lo repito para sentirlo normal, sigue sonando rebelde, a sinónimo
de beligerancia, pues los actores políticos se han encargado de satanizarla
para que el pueblo no proteste. En el cincuenta y ocho, los estudiantes protagonizaron
una lucha contra la dictadura Pérez Jimenista, que aunque cruel, representó el
modelo más próspero en infraestructura del que haya gozado Venezuela en su
historia, tanto así, que muchas de las carreteras, universidades, hospitales y
otras edificaciones públicas de las que hacemos uso hoy, datan de dicha época.
Años
después, países que habían resultado destino migratorio para europeos en la
postguerra, sufrieron el nacimiento de bandas rebeldes que cambiaron la
protesta por la violencia, y transformaron así la rebeldía civil en guerrillas
que han acabado con familias y sociedades por años. Sendero luminoso, FARC,
ELN, ETA, FBL, representan algunos de estos grupos que basados en la violencia
han cambiado el significado de la protesta y lo han llevado al término del
terror con acciones de secuestro y asesinatos como método de trabajo, y al
tráfico de drogas como sustento.
El
extremo de la protesta lo vemos en la actualidad, con los grupos islamistas que
de manera grotesca, están acabando con las vidas de inocentes en pro de una
interpretación religiosa. ¿A dónde llegaremos entonces?
En
Venezuela, los mismos que han hecho de la protesta violenta un símbolo clave en
sus métodos, han llevado hoy a la protesta pacífica al margen de la ley. No
suena cónsono escuchar a un gobernante celebrar positivamente un golpe militar
con decenas de víctimas fatales inocentes, y luego escuchar al mismo individuo
hablar de terrorismo por parte de estudiantes desarmados que salen a la calle a
protestar con pitos y banderas, y aun así haya quien lo aplauda. Pero así es el
fanatismo, ciega a los pobres de criterio para que vayan tras la zanahoria que
jamás alcanzarán, cual asno de carga.
A
pesar de tales acusaciones, muchos hemos mantenido nuestra protesta pacífica,
con el fin de expresar nuestro descontento por las políticas tan enormemente
erradas que nos han conducido al caos económico y a la debacle social con una
inflación acumulada que ya cuenta cuatro cifras para los quince años de anti-evolución,
y una sociedad dividida producto del odio y resentimiento con que se les
escucha hablar del bando disidente a los gobernantes. Poco a poco el cerco
impuesto para anular estas protestas es mayor. Necesidad de permisos
burocráticos para poder realizar cualquier acto de protesta en calle, represión
desmedida por parte de autoridades policiales y militares, blackout
informativo, y un sinfín de abusos autoritarios en estos eventos, que buscan
minimizar la protesta en busca de su desaparición.
El
once de Abril de Dos mil dos lo han convertido en el símbolo de su
victimización, con señalamientos temerarios que han quedado abiertamente en
duda. Sin embargo, quienes vimos el evento por televisión en el interior del
país, desapercibimos el incumplimiento de la ley por parte de las televisoras,
lo que pudimos apreciar perfectamente fue una multitud cercana a los dos
millones de personas sólo en Caracas rogando a gritos, con consignas y
pancartas el fin de tan nefasto proceso destructivo que ya vivíamos entonces,
también vimos a un grupo de pistoleros ubicados en Puente Llaguno que acabaron
con la paz de ese día, y por último, a un gobierno queriendo esconder la
realidad de los hechos con una cadena de radio y televisión como venda para los
ojos de quienes no estábamos en el lugar, y aun hoy, manipulan los hechos de
hace doce años para relacionar la protesta con terrorismo.
Desde aquel
día, prohibieron la transmisión aérea televisada, diseñaron la polémica Ley
Resorte, intensificaron el choque pueblo contra pueblo en estos eventos, y han
señalado como terrorista a todo aquel que manifieste descontento por la
situación política, económica y/o social vivida actualmente, que a todas luces
está en el punto más bajo de su deterioro. El deterioro ha sido tal, que el
gobierno actual tiene la inflación acumulada más alta de la historia, amén de
la devaluación de la moneda, desabastecimiento titánico de casi todos los
productos de la cesta básica, los sectores productivos en su peor momento,
persecución política desmedida y un lenguaje tan violento que con el sólo uso
del mismo puede destruir sociedades enteras.
Si
decidimos seguir viviendo en democracia, es necesario e imperativo que recuperemos
la protesta pacífica, llenemos las calles de civiles que argumentemos nuestro
descontento con las políticas erradas, pero sin violencia. Caer en el juego de
quienes utilizan el terror como método es convertirse en uno más de ellos, por
lo que se hace menester desarrollar dicha protesta en un
ambiente que ellos no conocen, en el de la paz.