Recuerdo con nostalgia aquellos
sábados, en que mi papa nos despertaba temprano en la mañana para salir a la ciudad
de Cúcuta, la primera urbe del país hermano que en aquel entonces estaba a una
hora de distancia de mi natal San Cristóbal. Supongo que otras personas tendrán
recuerdos de tiempos mejores, pero los míos rondan el año 1990, cuando aún
estaba en mi primera década de vida, y afortunadamente para el niño que yo era,
los viajes a Cúcuta eran sinónimo de ropa y juguetes nuevos, sabores diferentes,
un día de familia y compras. Entiendo perfectamente que incluso en aquel
momento, muchos no podían darse ese “lujo”, pero sin ánimos de caer en diatribas
llenas de resentimiento, aquello no era un lujo para una familia clase media de
trabajadores; no era muy complicado a pesar de mi corta edad calcular los
precios en Bolívares (de los que eran realmente fuertes), pues sólo le quitaba
un cero o “rodaba la coma” un decimal al precio del artículo. 10 pesos te daban
por un Bolívar, lo que hacía sentir una especie de abundancia que era producto
de la fortaleza de nuestra moneda para ese momento.
En aquel momento se vivía en Cúcuta
lo que queremos internalizar ahora los venezolanos, acerca de convertir las
dificultades en oportunidades, pues si los venezolanos queríamos un artículo
que no se encontraba en el mercado, ellos lo inventaban, al punto que se
escuchaba decir de manera jocosa que “los colombianos no han hecho a Jesucristo
porque no lo han visto”. El colombiano, muy a pesar de que vivía momentos de
inseguridad, guerrillas, narcotráfico, y demás flagelos que desembocaban en una
pobreza preocupante, siempre tenía una buena cara para el venezolano como
cliente.
Con el pasar de los años, nos fuimos
comportando cada vez más como el que gana un premio de lotería y lo derrocha en
compras tontas. Cuando Venezuela nacionalizó el petróleo, hecho que data del
primer gobierno de Carlos Andrés Pérez por cierto, la riqueza se podía ver,
oler, sentir; como me manifestó un ciudadano Español en un encuentro fortuito
hace un par de años: “Yo estuve en Venezuela por los años 70, cuando el dinero
corría en ríos por la calle”. Pero la historia siempre queda atrás, condenada
al riesgo de ser manipulada por quien la cuente.
Si bien la historia de Venezuela está
siendo manipulada por una pandilla de nuevos ricos para mantener el legado de
corrupción y desfalco a la nación, la realidad de Colombia quiere ahora ser
tapada con una nueva artimaña política de quinta. Pero es tarde, quienes
vivimos cerca de la frontera hemos podido ver cuánto se ha alejado Cúcuta de
nuestra vista.
En la época que comenté al comienzo,
recorrer los cerca de 60 Km que separan a San Cristóbal de San José de Cúcuta
tomaba alrededor de una hora, pues la topografía Andina siempre ha sido factor
de retraso en tan corta distancia. Hoy en día, después de numerosos proyectos
de mejora en dicha vía, la que dice ser la frontera económicamente más activa
de Latinoamérica, se encuentra en el peor estado físico de su historia, lo que
transforma el trayecto en un viaje de mínimo 2,5 horas de deterioro al vehículo
que se utilice.
A dicha distancia se suma el
innegable desarrollo del estado colombiano, desarrollo en lo económico, en la
seguridad, en lo social, en infraestructura; que contrastado con el brutal
deterioro que sufre Venezuela causado por la hecatombe chavista, amplía la
brecha de distancia entre estos pueblos hermanos.
No siendo esto suficiente, la
manipulación comunicacional del régimen en su desvarío desesperado, ha
utilizado un hecho terrorista cotidiano, como el ataque a unos efectivos en la
ciudad fronteriza de San Antonio del Táchira, como coartada perfecta para
decretar estado de excepción y cierre en toda la frontera colombo-venezolana.
Cuando hablo de “hecho terrorista cotidiano”, hago referencia al riesgo
cotidiano que vivimos todos los venezolanos con la delincuencia desbordada, que
no es secreto para el régimen al ver que han realizado más de quince intentos
infructuosos de planes nacionales para la seguridad en papel, pero los
delincuentes cuentan sospechosamente con armamento de guerra y una autopista de
impunidad. Entonces el cierre de la frontera, que ahora regula la entrada y
salida de ciudadanos a través de ella, suena más a circo y a una acción
castrista que se hubiera llevado a cabo en Cuba de no ser una isla. Este hecho
multiplica la distancia con que vemos ahora los sancristobalenses a la capital
del Departamento Norte de Santander, que debería comenzar a ser vista hoy en
día con el telescopio del criterio objetivo.
Hoy está en el tapete la noticia de prohibición
por parte del gobierno de Venezuela de transmisión de canales de televisión colombianos
por las cableras privadas, unos kilómetros más para el gran boquete ya descrito,
y un avance en el aislamiento total de la nación.
Esta referencia es mi vivencia,
invito a los hermanos zulianos a analizar la distancia a Maicao, o los llaneros
a Arauca, para que determinen cómo nos han ido alejando de nuestra vista el
desarrollo, en tiempo, distancia, libertad e incluso en opinión. Entendamos ya
que el problema no está en otro lugar, ni en otras personas, el problema es
interno, y tomando nuestra responsabilidad por el lado correcto, utilicemos
estos análisis para decidir y guiar de manera pacífica y democrática nuestro
país al norte que queremos.